Santiago Vila
Madrid, Akal, 2010
128 pp. - 10 €
Cuando en la década de los 90 empezaron a comercializarse en España, primero en los cines y luego en formato doméstico (en el ya añejo VHS), las películas del cineasta japonés Takeshi Kitano, se empleaba como fórmula de reclamo un lema a cuyo atractivo era difícil resistirse: "La respuesta japonesa a Clint Eastwood". Ni qué decir tiene que por aquel entonces se pensaba más en Harry el Sucio, personaje, que en el propio Eastwood, actor y director, porque en verdad habría sido casi imposible poder adivinar por aquel entonces cuán acertadas iban a ser aquellas palabras.
Y es que, si con el paso del tiempo, el Eastwood realizador demostró ser mucho más que el policía de San Francisco de métodos expeditivos y gatillo fácil, filmando películas tan lejanas de ese icono del cine policíaco de los 70 como el biopic sobre Charlie Parker Bird, la romántica Los puentes de Madison, la negrísima Mystic River o el díptico formado por Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima, Kitano también ampliaría sus horizontes y, con ellos, la imagen pública de su figura, al realizar filmes tan intimistas y delicados como El verano de Kikujiro o Dolls.
Así pues ambos, Eastwood y Kitano, ya han dejado bien patente desde hace unos años que son capaces de (hacer) cualquier cosa... Si bien en el caso del realizador nipón esta situación venía de más atrás en el tiempo, y el reducir su cine -como actor y sobre todo como realizador- al subgénero de policías y gángsters yakuza era fruto más del desconocimiento que no de la propia realidad.
Así lo demuestra este Takeshi Kitano. Niño ante el mar, un libro de extensión comedida pero alcance considerable en el que su autor, Santiago Vila, sin irse por las ramas pero sin dejar de lado ningún aspecto, resonancia o concomitancia relevantes, pone los puntos sobre las íes ofreciendo un trabajo indispensable no ya para los seguidores de Kitano, sino para cualquier aficionado al cine japonés que se precie.
Vila repasa la carrera artística de Kitano, desde que en 1973 formase con Kiyoshi Kaneko el dúo cómico Two Beat -que explica el nombre artístico de Beat Takeshi, al que ha permanecido fiel hasta hoy en su faceta como actor-, hasta su película de 2008, la inédita Achilles and the Tortoise (fuera queda la recentísima Outrage, que se verá en el próximo Sitges). Entre una fecha y otra, y en orden no estrictamente cronológico sino atendiendo a temas y figuras preponderantes de su estilo, el autor da buena cuenta de los muchos Kitanos que existen, empezando, claro, por el del relato policíaco, el de filmes como Violent Cop (su debut tras las cámaras sustituyendo al inicialmente previsto Kinji Fukasaku, que luego le dirigiría en Battle Royale), Boilint Point o Sonatine... Tres cintas que se distribuyeron en ocasiones como una trilogía improvisada y que supusieron el desembarco de su autor en el mundo occidental, incluido España, a mediados de los años 90.
Pero, como decíamos, hay otros Kitanos: el Kitano intimista, autor de títulos espléndidos como los ya citados El verano de Kikujiro y Dolls (esta última, para muchos, su obra maestra absoluta); o el Kitano desprejuiciado, irónico y autorreferencial de esa suerte de díptico formado por las comedias marcianas (y metanarrativas) Takeshis' y Glory to the Filmmaker!, en las que reflexiona sobre su propia figura como actor y realizador en el marco del cine internacional.
No obstante, pese a la realización de estos títulos, y de otros como la histórica -a la manera de Kitano, claro está- cinta de samuráis Zatoichi, el realizador ha seguido fiel al género policíaco, un tipo de narración al que se siente muy cercano porque, como le ocurriera a Martin Scorsese, se parece mucho a la realidad que veía en su barrio siendo niño; esto es, su cine de género estaría tan cerca de propuestas neorrealistas como del cine clásico norteamericano de serie B. Buena muestra de su fidelidad al film noir fue el hecho de que su puesta de largo en los festivales occidentales fuese el largometraje Hana-Bi (Flores de fuego), que en 1997 lo convirtió en un nombre a seguir dentro de la modernidad cinematográfica al ser galardonado con el León de Oro en el Festival de Venecia. Y años más tarde realizaría Brother, o lo que es lo mismo, la traslación de su sempiterno personaje de gángster de pocas palabras y menos sonrisas al marco de la criminalidad de los Estados Unidos.
En su Takeshi Kitano, como decíamos, Santiago Vila atiende a los temas y las figuras que han hecho del cine del japonés una de las obras más coherentes y al mismo tiempo más capaces de sorprender con lo inesperado de la cinematografía mundial. Y para ello ha sabido recurrir, por un lado, a las indispensables referencias cinematográficas: no solo las de los clásicos nipones como Kurosawa u Ozu, o las de nombres más contemporáneos como Seijun Suzuki o el citado Fukasaku, sino también a realizadores occidentales hermanados de alguna manera con la concepción fílmica de Kitano, como son los casos del francés Jean-Pierre Melville o del italiano Sergio Leone. Y, por otro lado, también ha hecho uso de otros campos de la cultura y el conocimiento, con referentes tan autorizados como Umberto Eco o Ruth Benedict, la autora de uno de los ensayos (occidentales) más populares acerca del mundo oriental: El crisantemo y la espada.
El fructífero resultado del visionado de su trabajo y de un trabajo de investigación imaginamos que arduo es un libro que tiene más de análisis que de crítica, y que arroja luz sobre las sombras del arte de Takeshi Kitano, un director que puede gustar más o menos, pero que nunca deja indiferente. Y eso es toda una garantía de interés en los tiempos, adocenados y alienantes, que corren, también para el cine.
[Imágenes: Glory to the Filmmaker!, El verano de Kikujiro, Hana-Bi (Flores de fuego), Sonatine, Dolls, Brother, Zatoichi.]